Hasta ahora, el sistema educativo ha mantenido una estructura relativamente estable: títulos largos, con currículums amplios y con un claro valor social y laboral. Una titulación universitaria, un ciclo formativo o un máster representaban el camino principal hacia la profesionalización. Eran trayectorias completas, estructuradas y, en muchos casos, rígidas. Sin embargo, el mundo del trabajo ha cambiado más rápido que la capacidad de las instituciones educativas para adaptarse. La revolución digital, la automatización y la creciente necesidad de actualizar conocimientos de forma continua han creado un contexto completamente nuevo.
En medio de ese escenario, las microcredenciales han emergido con fuerza, ocupando un espacio que antes no existía. Se presentan como pequeñas píldoras formativas que acreditan habilidades concretas, diseñadas para responder al ritmo acelerado con el que se transforman las competencias profesionales. Y aunque hace apenas unos años eran relativamente desconocidas, hoy ya forman parte del vocabulario habitual en departamentos de recursos humanos, plataformas educativas y estrategias de aprendizaje corporativo.
Pero, ¿qué representan realmente? ¿Son el futuro de la formación? ¿O asistimos a un fenómeno pasajero, fruto de la sobredigitalización del aprendizaje?

